lunes, 3 de agosto de 2009

LA HISTORIA DEL VIBRADOR: CUARTA PARTE


... Alivio para amas de casa
La mala prensa del vibrador se acentuó a partir de 1952: la Asociación Americana de Psiquiatría decidió que la histeria femenina no era más que un mito y que la terapia vibradora era, simple y llanamente, una sesión de masturbación. Aún así, el consolador se siguió vendiendo como “tecnología camuflada”, con imaginativos diseños de las más variopintas formas y colores. Los catálogos de venta por correo y las revistas femeninas anunciaban consoladores disfrazándolos de aspiradoras, rizadores de pelo, máquinas contra la jaqueca, masajeadores de cuello o limpiadores de uñas, entre otras cosas. Vamos, que no era raro que en una reunión de Tupperware organizada por amas de casa sacaran, de pronto, un vibrador.
Como una evolución radical de dichas reuniones, en 1973, en plena explosión del feminismo, la sexóloga Betty Dodson empezó a dirigir sesiones masturbatorias en grupo para mujeres, divulgando la utilización sexual del Hitachi Magic Wand, un masajeador corporal con forma de gran micrófono que, según ella, era capaz de espabilar hasta el clítoris más atrofiado. Ese mismo año un sex shop sólo para mujeres, se inauguró en Nueva York. Cinco años después, Good Vibrations de San Francisco fue la segunda tienda erótica femenina de América.
En 1981, Jacqueline Gold, hizo una reunión femenina en una casa para vender y demostrar el funcionamiento de vibradores. Era la explosión de un gran negocio orientado al placer femenino.
La mujer tenía, al fin, la sartén por el mango y entraba de lleno y sin cortarse en el mundo de la autoestimulación. Entonces, el consolador volvió al cine para quedarse: hay pocas películas porno en las que la actriz no se pegue un buen repaso con el vibrador. En los últimos 80, incluso la ultraconservadora Adminstración Reagan incluyó vibradores en su lista de consejos para prevención del SIDA y el sexo seguro que envió a 107 millones de familias...

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