jueves, 26 de mayo de 2011

Jugando en el restaurante

Su trabajo la entretuvo más de lo que esperaba y cuando quiso darse cuenta de la hora que era apenas le quedaba tiempo de darse una ducha rápida, un toque de maquillaje y… ¿qué me pongo? Demasiado sexy, demasiado serio, demasiado aburrido… finalmente decidió ponerse juguetona. Ramón todavía no le había visto su último capricho: una falda plisada, con aire colegial pero lo suficientemente corta para excitar su imaginación. Le apetecía un estilo Lolita. Combinó la falda con una sencilla camisa blanca, que podría escotar más o menos al gusto, unas medias finas y un zapato plano. El maquillaje suave, y el pelo, recogido en una sencilla cola de caballo completaban el efecto.

El restaurante escogido por Ramón no podía haber sido más apropiado. Unas pocas mesas, suficientemente separadas entre sí para no resultar agobiantes y, lo más interesante, con largos manteles hasta el suelo que cubrían totalmente las piernas de los comensales.

Nuria no desaprovechó la oportunidad y mientras le preguntaba inocentemente por su trabajo, se descalzó y comenzó a deslizar su pie por la pierna del sorprendido Ramón. La llegada del camarero estimuló aún más su perversión y, mientras hacía su pedido, llegó hasta la entrepierna, donde comenzó un suave masaje al tiempo que el camarero se dirigía a él para conocer su decisión. De nada le sirvió su mirada de súplica. Ella le miraba inocentemente como si no supiera qué le ocurría mientras aumentaba la presión sobre su ya excitado miembro. Tragando saliva, hizo rápidamente su pedido. Cuando por fin se fue el camarero, se volvió hacia ella sin saber muy bien si pedirle que parara o que continuara pero una nueva sorpresa le esperaba. Había aprovechado el momento para desabrocharse un botón de la blusa, lo que le ofrecía una visión realmente interesante de su poderoso escote. Visiblemente nervioso, Ramón miraba a un lado y a otro, pero en realidad, nadie les prestaba la más mínima atención así que decidió relajarse y disfrutar del jueguecito. Justo en ese momento, el pie volvió a bajar por su pierna hasta posarse de nuevo en el suelo. “¿Ya está?” Pensó él, “no irá a dejarme así…”


Pronto descubrió que no. Tras unos minutos de charla intrascendente, durante la cual ella parecía realmente no haber sido partícipe de nada, el camarero se acercó con los platos. Justo entonces volvió a sentir el pie de Nuria, esta vez directamente sobre su pene, todavía erecto. Al menos esta vez no tendría que hablar… pero ni siquiera así le resultó sencillo mantener la compostura. Esta vez el masajito estaba resultando demasiado excitante. Se concentró en poner su mejor cara de póker mientras su novia daba las gracias inocentemente al camarero, de nuevo como si aquello no fuera con ella. No sabía si odiarla o adorarla, pero por el momento bastante tenía con tratar de controlar su excitación. ¡No podía correrse en un restaurante lleno de gente! ¡Y con el camarero al lado! ¿Es que no iba a irse nunca? En la vida le había resultado tan lento el servicio, que si los platos, que si rellenar las copas, que si qué pan prefiere… “¿y yo qué sé?” pensó él. Señaló uno al azar y se concentró en pensar en la bronca que había recibido de su jefe esa misma mañana. Ni por esas, Nuria seguía moviendo rítmicamente su pie por toda su entrepierna y apenas podía ya controlar su cada vez más agitada respiración cuando por fin el camarero se fue y él dejó escapar un gemido apenas audible que excitó aún más a su compañera. Le estaba gustando el juego. Un tanto perverso, quizás, pero le parecía tan divertido… aflojó un poco el ritmo, dudando sobre qué hacer a continuación. ¿Le dejaría relajarse un poco? ¿Continuaría hasta llevarle al orgasmo allí mismo? ¿Sería él capaz de correrse sin llamar demasiado la atención? El camarero aún tardaría un buen rato en volver y las mesas contiguas quedaban lo suficientemente lejos como para no estar enterándose de nada… ¿se arriesgaría?

Ramón entre tanto le miraba con una mezcla de pánico, admiración y, por supuesto, placer contenido. Sentía que no podría aguantar mucho más pero tampoco era capaz de pedirle que parara. Y mientras tanto ella seguía parloteando como si nada… y peor aún, haciéndole preguntas… ¿no esperaría que las contestara? Pues sí, lo esperaba, claro. Cierto que había casi detenido el ritmo de su pie, aunque en ningun momento lo frenaba del todo. Eso le daba un pequeño respiro pero no lo suficiente como para poder llevar una conversación normal. Aún así se esforzó por entrar en el juego y descubrió que cuando se portaba bien y respondía a las preguntas, ella retiraba el pie, dándole un respiro, aunque en cuanto se callaba, el pie volvía a las andadas con más fuerza aún. Por suerte, el plato que había pedido no era muy abundante y pudo dar unos pocos bocados antes de que el pelma del camarero volviera a hacer acto de presencia. Esta vez Nuria tuvo piedad de él y retiró su pie mientras le preguntaba si todo había estado a su gusto. Sin embargo, en cuanto abrió la boca para contestar que sí, de nuevo notó el roce sobre su pierna. Otra vez ascendía, esta vez muy lentamente. Estaban de nuevo solos cuando llegó a su objetivo pero el masaje volvió a empezar, otra vez con mayor presión. Nuria ya se había decidido, lo mantendría en la máxima excitación hasta que trajeran el segundo plato y, en cuanto el camarero se marchara de nuevo, lo llevaría al orgasmo. Así fue. Ramón trataba de ahogar sus gemidos de placer pero no estaba seguro de estar controlando su expresión facial. Nuria sin embargo se mantenía tan tranquila. Hablando de esto y de aquello, contándole anécdotas del congreso, a las que desde luego no conseguía prestar la más mínima atención. Con una mirada de pánico, vio acercarse al camarero. Estaba demasiado excitado, estaba seguro de que esta vez iba a descubrirles. Se concentró en mirar hacia una mesa lejana, eludiendo toda mirada. Por suerte esta vez se retiró rápidamente y, casi sin darle tiempo de relajarse, Nuria acentuó sus movimientos. Ya no podía hacer nada. Estaba a punto de correrse… se llevó la servilleta a la boca, tratando de taparse mínimamente al menos y, ahogando todo lo que pudo el inevitable grito, tuvo que dejarse llevar en un explosivo orgasmo.

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